sábado, 3 de noviembre de 2007

Un Momento de Contacto y Reflexión

Pasadas ya las 11, me decidí por ir al gimnasio. La razón no está muy clara, más bien balanceándose entre el remordimiento del pago por adelantado y los temblores de unas pantorrillas necesitadas de solidez. A las 11 y media, pseudo-depresión al hombro, pasé por la doble puerta de cristal.
Llevé a cabo mi rutina habitual sin mucho reparo ni energía. Saludé a la cuadrilla sabatina de los cuatro viejos que le pegan un poco a las cintas de correr en las mañanas, y me arrastré de vuelta a los vestidores. Sentada sobre el banco y con los brazos rodeando mis rodillas, me quedé puesta mirando mis pezuñas, convencida de que nada ni nadie podría sacarme de mi estado de tristeza absoluto; estaba dominada y acabada.
Por la comisura de mis ojos percibí su expresión de reconocimiento, pero yo, en mi estado de consciencia insconsciente -como el de un coma sobrio al despertar-, ni atisbé a mirarle los ojos hasta bien pasados unos minutos.

-¡Hola! ¡Cuánto tiempo! ¡Qué guapa!

Su pelo había crecido y metamorfoseado a rubio. No sé todavía, en mi interior, si era de mi gusto a corazón sincero, pero, después de haber visto a la misma mujer semanas hacía sin pelo casi y con la piel cubriéndole los huesos, verla casi regenerada me llenó de júbilo los sentidos y de palabras dulces la boca. Por un momento, mis problemas se tornaron en un ingenuo interés por compartir la dicha de quién más la había echado en falta.

-Hacía mucho que no te veía por aquí... Te veo, no sé... ¡feliz!

Sonrió. Y me encantó. Ví a una mujer de unos 45 años que apenas conocía sonreir, con sinceridad. Botas negras con lentejuelas, unos vaqueros capris. Una camiseta con una gran flor estampada en el medio y unos pelos rubios rojizos que espiaban de por detrás de sus orejas.

Los 60s

Sus carnes, blandas y escasas, parecían quejarse de una guerra o una enfermedad. Los círculos negros de sus ojos y los huecos de sus pómulos, aunque ya no tan demacrados como antes, parecían traer a la memoria, a gritos, los sufrimientos de una quimioterapia.

-Por lo menos ya tengo pelo- dijo, sonriente. -Al principio nació como una pelusita, pero ahora parece coger fuerza-

Mi estómago se revolvió. Allí estaba ella, habiendo perdido el pelo, 40 kilogramos, y casi la vida. Pero bailaba, en sus botas y sus lentejuelas, orgullosa de sus pelitos y de estar tomándose las cosas poco a poco. Vencedora, tal vez no fuerte o sólida, pero sosteniéndose en la cima de la montaña.
Dí mis adioses y salí despedida por la puerta, sintiéndome el ser más egoista, pueril y ridículo del mundo.

PD. Lamento unos posts tan sensiblones y llorosos...
Creo que me recupero por momentos.
No creais, sin embargo que me he ablandado, pues el tormento me seguirá en mis días y seguiré exprimiendo tempestades y reflexiones aquí y allí. No sé quién dijo lo siguiente, pero tenía mucha razón: "La poesía sólo es para quienes no son felices". Así que no os preocupeis, me aseguraré de guardar algunas nubes que turbien mis días y mi tintero lo suficiente como para seguir el flujo de ácido. Buen día, mis artistas atormentados.

1 comentario:

Manu dijo...

Exactamente: no tienes tiempo para ablandarte!!!! El ejemplo de esa señora no tiene que ablandarnos, sino ser un ejemplo de fuerza cuando creemos que no podemos salir a flote!!