Debo admitir que forcé la mano un poco con el viaje. Estaba...¿desesperada? por irme a algún lado lejano, aunque tan solo fueran unos cientos de kilómetros; lejos cualquier ser a quién conociera. Bueno, más bien que me conociera a mí.
También debo admitir que el viaje no fue ninguna maravilla. Con excepción de la pareja de viejitos que no paró de vomitar durante todo el trayecto, no ocurrió nada emocionante en la ida en bus. Acaso una oportunidad desaprovechada de hacer migas con un estudiante tímido y poeta que se sentó a mi lado, entre miles de bancos vacíos, y me dedicó una sonrisa mientras yo reprimía un nudo en la garganta y un hinchar descontrolado de mis venas adolescentes que forcejeaban por enrojecer mi pecosa cara. Quince minutos de pretender ambos leer poesía, yo a Garcilaso y él un librillo viejo que por el rabillo del ojo reconocí versificado. Quince minutos que transcurrieron lentos y ansiosos, terminados demasiado pronto por el anuncio de la continuación del viaje y fin de la parada.
Quince minutos que no voy a poder recuperar jamás.
La estancia allí se resume en poco: frío, catedral, comida grasosa, frío, tabaco, parques, frío, yonquis, alcohol, dormir, frío. También aprendí un par de lecciones a pura fuerza de comerme la cabeza -habréis caido en cuenta que es una práctica normal en mí-. Sí, así fué. Me levanté los tres días con un cigarro en la boca, visité mucha edificación vinculada a una de las diversas expresiones de la hechicería humana, leí en parques, fui acosada consecuentemente por yonquis, me perdí en la ciudad, me planté desdichada ante un teatro en obras de reparación, me ahinqué en cafés demasiado llenos de gente cuyos cuchicheos no llenaron mis páginas, me frustré debidamente por no escribir más que una escueta y triste cuartilla, escuché a Bob con la muñeca doblada y el puño bajo la barbilla viendo correr el camino tras de mí, y me senté en la cama demasiado poco tiempo a escuchar mis desdichas silenciosas y mi propia voz pronunciar sonetos ya desgastados en medio de la noche.
En nombre de la verdad, confieso haber llegado hace ya tres días -aunque en alma dos, descontando el día de recuperación-. Sin embargo, un impulso enfermizo ha hecho que mi llegada, a ojos generales, haya sido relegada a la ya pasada noche vieja a las 22:00. ¿La razón? Todavía no estoy completamente segura de ella, pero creo poder encontrarla pronto.
Seguramente mientras escribo estas líneas, los pocos cuyas pupilas en tiempos próximos las recorran estarán sumidos en grandes jolgorios, borracheras, fiestas, cotillones y festejos por el estilo. Lo normal, mas no mi caso. He de explicarme.
Debido a un impulso de origen y sentidos desconocidos, le comuniqué, hace una semana, al absoluto conjunto de mis conocidos que mi llegada sería pasado el día 1 de enero. Apenas colgado el teléfono, sentí las rabiosas ganas de reducir el radio de mi delicado cuello de cisne con la cadena del baño de los gatos; no encontraba la razón por la que yo, sabiendo que estaría la noche vieja en la ciudad en la que llevo intentando sobrevivir desde hace 7 meses, cerré en banda cualquier plan de festejo o quedada para un día tan emblemático.
El caso fue que partí y volví, tras lo que pasé un día completo en cama. Al día siguiente, evité cualquier tipo de llamada al móvil e informé a unos extrañados padres y hermano para que excusaran mi ausencia en la ciudad en caso de cualquier llamada telefónica. A la par, me dí cuenta que también había tomado la resolución de dejar de fumar y acogí una botella de agua de 2 litros en mi cuarto (aplicar sólo en momentos de ansiedad).
El hecho es que llevo todo el día en una especie de ansiedad insana. A lo largo de la jornada y noche he rogado e implorado a los duendes y todo ente superior la aparición entre mis yemas de un control remoto de aceleración temporal o una pastilla de cianuro. Pero, para mi desgracia, he tenido que esperar la llegada de las 00:00 a la vieja usanza. Llegada la fatídica hora he silenciado un móvil con un par de llamadas perdidas, felicitado a mis padres y hermano, y dirigido mi persona hacia mi estancia para meditar sobre mis cosas.
Un par de vueltas en la cama y un estómago demasiado hinchado por demasiada agua -y otras cosas más cargadas-, me he tenido que sentar frente a la pantalla. De frente lo digo: anhelo que llegue la noche vieja en que sienta amor verdadero -es el deseo que he pedido más de una vez-. Sin embargo, ésta ha sido, aunque ni la ensoñada ni la más emocionante, una noche vieja bien extraña que creo que recordaré más años de los que recordaré muchas otras.
Imagino que en unos momentos colgaré la entrada a sabiendas de una vergüenza que acaecerá mañana, cerraré el portatil, y me tumbaré, ambas manos juntas y debajo de una de mis sienes, a pensar con ojos abiertos de nuevos propósitos y aventuras que sé que van a llegar este año nuevo. Espero sonreir más, leer con sorpresa, pensar con claridad, querer con sinceridad y vivir en soledad; será mi año -espero, genuinamente, que sea el vuestro también-.
Luego, cerraré mis ojitos en un momento de inconsciencia, y olvidaré todo el año pasado que ya no existe, con todo un baúl de rostros, rosas y penas.
Feliz ahora, gentes de diversos instantes y vivires
Actualización del 04/01/08 a las 21:52: No he pensado claramente. Sí tengo un propósito concreto y mayor: cambiar mi actitud con la vida para querer y dejarme querer.
martes, 1 de enero de 2008
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4 comentarios:
No te entristezcas. Yo he pasado la peor noche vieja de mi vida, encerrado en un pueblo el cual ni siquiera tiene cobertura, sería un buen motivo para ciscarme en un artículo en la gente que pasó conmigo tan infame día, pero no tengo ganas.
Un Saludo, afectuoso coño :)
Raúl, aquí te va la mejor sonrisa que en estos momentos no puedo reprimir; la depresión es verdura de los momentos.
Feliz año nuevo, hombre. Y haber que depara este año.
Y el saludo afectuoso te va de vuelta :D
Tranquila, que no eres la única ;) Yo he pasado la nochevieja igual que vosotros dos, Raúl y Juliette. Pero bueno, me lo he tomado de la mejor manera posible, pensando que es un día como cualquier otro, y riéndome un poco de las payasadas de la tele (y criticando los playbacks, no hay cosa que más me moleste de la TV ;) ^^
Un saludo!!! ^^ Y recuerda que este año tienes 366 días para intentar hacer todo lo que no has podido o querido hacer en nochevieja ^^
Manuel
Gracias por la visita y el consejo: consigues subierme la la moral, Manuel :D
Así que sumo más propósitos para el 2008: estoicismo y felicidad.
Por cierto, no había reparado en que este año son 366 días (la verdad estoy tan mareada con esto de dejar de fumar que no tengo ganas ni de leer...)
Un saludo muy grande!!
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