Nacer Enamorada

Niñas pequeñas que rompen los puentes de los tacones de mamá a escondidas. Chicos que sueñan, inconscientes, de la curvatura voluptuosa de pechos aterciopelados y encuentran húmeda evidencia al despertar. Adolescentes que recuerdan el beso invasivo y la tersura de la lengua exploradora, saboreando extasiados segundos atesorados. El primer tacto en la carne blanda, la primera mano que se desliza por donde solo las yemas propias habían hasta entonces paseado. El escalofrío, el contraer de la nuca, la rigidez del espinazo.
El sentimiento de vacío, de soledad.
No sentir.
Hay quien busca sentir. Experimentar, por algunos segundos aunque sea, realidad. Ocupar un espacio en el corazón de alguien. Sentir que vives porque vives en la mente y corazón de otros, que tu ser se compone de los pedazos de recuerdos que vagan en deseos ajenos y acompañan sonrisas que puedes ver sin que alcancen a tus ojos.
Pero, ¿qué sucede si acontece lo contrario? ¿Cómo explicar pasión donde se carece de quienes compongan melodías a tu recuerdo? ¿Es coherente sentir pasión por cada paso, cada palabra, cada sonrisa, cada amanecer sin tener a nadie a quién desearlo ni nadie que te lo desee a tí? ¿Se puede estar enamorado sin tener de quién estar enamorado? ¿A qué conclusión llegar?
Al amor se le busca.

Pero con el amor se nace.