viernes, 29 de febrero de 2008

Cuatro Dosis de Humanidad

Un Tropezar
La calle.
Cara de recien levantada aunque en la naciente nocturnidad. Uñas con las faldas a medio quitar y varios pelitos saliendo de una pinza aflojada.
Un cruce
Me encantan los cruces. Caminando la pasarela, encaminándose al infierno, filmando la escena con el solo raspar de una guitarra. Sintiendo cada pisada como las pulsaciones de una tierra latente.
Observar las caras, de asombro, de aburrimiento, de los que cruzan, de los que esperan, frescos o de pie. Un chico, ansioso, pasada justo la edad de libros, descansa sus ojos los míos. Justo desde el otro lado.
Tintina la luz verde del monigote. Me lanzo. Él camina, sus pupilas clavadas en mí. Las mías en las de él.
Y justo allí, en la isla del medio de la calle, el tropieza. Suavemente; apenas da un pequeño traspies.
Y yo le sonrío a cada una de las piedrecitas del asfalto. Y ellas, cómplices, sonrien conmigo.
Y luego, otra vez, sonrío. Pero esta vez es por mí, por mi ingenuidad, porque soy humana.
Y los humanos sólo somos eso, humanos.

Un Raspar de Pupilas
Un pasillo.
Dos caras; una, más que conocida, bastante amada inclusive. La otra, apenas conocida, de soles azulados.
El tipo de cara que ves muchos días, que ha conectado con la tuya más de una vez en esos momentos luminosos, que sabes a quién pertenece pero no sabes quién pertenece a ella.
Ráfagas de palabras dulces a las que no prestas atención. Sólo puedes mirar esa cara barbuda que apunta al suelo y no osa abrir el acero azul a tu escrutinio.
La compañía del silencio.
Parten.
Contra tu voluntad piensas en lo que no quieres pensar, especulas, preguntas, dudas.
Terminas sonriendo.
-¿Cómo puedo resultar a veces tan...humana?

Un Silencio
Un móvil que no suena. Hoy parece saber tan sólo encerrar, egoista, las vibraciones y las señas azuladas.
Lo miras, inquisidora, a cada instante.
Y nada.
Él no llama.
Y sueñas, y esperas, y te preguntas, si acaso estará pensando en tí, si acaso será que no tendrá tiempo, si acaso está demasiado ocupado.
Pero tampoco te lo crees.
No te lo reconoces, pero confías más en que piense que eres demasiado intensa, que se ha olvidado de tí.
Pero sigues mirando, buscando, por el rabillo del ojo.
Y mueres y ríes y vives y lloras un poco por dentro.
Tampoco dices nada.
Y en eso quedas, en tu ser de carne y hueso, en cerrar tu corazón...
...para convertirte en lo que debes ser: humana.
Porque el concepto se define arbitrariamente por su acepción mayoritaria, y tal pasa con el concepto humano.
Y en ese concepto has de convertirte.

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