martes, 15 de enero de 2008

Corazón Perdido entre Vapores Verdosos

Hay veces -otras de las tantas, tantas veces- que es bueno y propicio, hasta sano a mi saber, cogerse un ciego con una botella de absenta. Desenrroscas la tapita y le metes la lengua hasta el principio del cuello, saboreando lúgubremente tu soledad a la par que matas tu sentido del gusto y capacidad del habla.
Os informo que en estos momentos, y con la mayor dignidad posible, inspiro pulsaciones dactilares desde un estado de embriaguez respetable.

Lamentable; ojo a la verdad, por favor.

Es gracioso. Hoy, hablando por teléfono con uno de mis más tiernos, pero estirados, amigos, me dí cuenta que estoy fatal de la cabeza. A decir verdad -maldita verdad que vuelve a embestir desde mis crestas dactilares nuevamente-, ya me lo sospechaba. Desvarío sin fármaco alguno; voy de los pitufos, a American History X, a la banalidad social, al infructuoso activismo universitario, a Becquer, a un pitillo, a Buckowsky y a los pitufos otra vez.

Corrección: ambos corazón y restos de masa encefálica están como un colador.

Y es que...creo sinceramente que todos deberíamos, en esta sociedad gris y sin sentido, liberarnos un poquito. Vale, acepto que yo me como la cabeza bastante,

Muchísimo señores, demasiado.

pero, sin embargo, creo que el mundo sería más logrado y puro si andáramos al menos sonrientes por la vida. ¡Cuántas viejitas amargadas se te cruzan por la calle! ¡Cuántos viejitos de calculadoras miradas te juzgan al cruzar por su camino! ¡Cuánta juvetud sin sentido ni dirección, sin alma ni corazón!

Un trago más. No queda tabaco que llorar.

Yo me desespero.
Hubo un tiempo que llegaba a casa y rompía en lágrimas. Lloraba, muy tiernamente. Sentía que la vida no me daría oportunidades, que nadie me haría un espacio entre sus brazos, que la vida era un caracol infinito y triste. Tan, tan azul...que rozaba lo grís.
Y entonces me acordaba de tiempos mejores, soñados y vividos por igual.

Ahorrar una semana para repartir flores a hombros de tu mejor amigo.

La puerta se cerraba y la música menguaba. Leía, leía, leía. Y sólo allí encontraba sociedades algo reales, en su fantasía; la del autor que leía. Y soñaba y vivía ideas, y me olvidaba, por momentos, de las cosas que no quería que me encontraran en mi búsqueda de la vida.

Y así, señores, me perdí donde estoy: enrrollada en una nube de arabescos verdes y violentos.

Por eso, a mi vieja y tierna edad, me enrrosco en mi concha a esconder la cara del mundo en momentos en los que no puedo plantar una sonrisa al cielo. Porque señores, cuando tienes problemas de amor, y especialmente ajeno a confusión propia, no te da ganas de nada más. Y de pensar en líneas versificadas que salen como chapuceos matinales de adolescentes mediocres.

Sólo una rosa; gris verdosa también.

Nunca se es demasiado tierno para morir,
pero tampoco demasiado viejo como para desear no hacerlo.


A sus saludes, eminencias. Mi sombrero, liguero y demás ajuar.

1 comentario:

Raúl Retana dijo...

Este texto me inspira, melancolía tras los cristales como diría Machado.
Un Saludete

p.d: me encanta american history x, sobre todo por Edward Norton te recomiendo si no la has visto ya, el club de la lucha.